sábado, 12 de octubre de 2013

Tras las huellas de un hombre ciego: Los viajes de Borges en Colombia



 
Por: Juan Botía

El pasado 24 de Agosto se cumplió el aniversario número 115 del nacimiento de Jorge Luis Borges. Ese nombre impar, que figura en los catálogos de la literatura universal con una fuerza mayor, desapareció de la faz de la tierra hace ya 28 años, en Junio de 1986, y dejó tras de sí una de las obras más conmovedoras, influyentes y valoradas del siglo XX y toda la historia de la humanidad.

Prevalece todavía el debate sobre lo conveniente de mezclar la figura del autor y su obra; pues suele suceder que, equivocadamente, el autor es elevado, idealizado y convertido en un héroe o en una rara especie de pieza de colección. También suele suceder que, equivocadamente, el autor es casi que exiliado de su obra. Borrado o ignorado. Como si la obra hubiera sido escrita por unas manos sin rostro. Pero es cierto que llegado el momento de leer, es mucho más inteligente dejar correr el río de las emociones en medio del proceso y no antes, limitándolo a una portada, un apellido, una postura política o un simple género. Lo que suceda después de la lectura, sea lo que sea, amor u odio, o ese tipo de amor tan fuerte como el odio, es totalmente válido. Cualquiera tiene derecho a arrojar un libro por la ventana, siempre y cuando ese libro haya sido leído.

Cuando advertimos que una obra es fascinante, es natural encontrar fascinación en la imagen de quien la escribe. Por eso, quienes leen cariñosamente libros de cierto autor son también pequeños biógrafos suyos. La aproximación a la vida de un autor otorga ciertas comprensiones, ciertos secretos y ciertas magias. Como dijo Victoria Ocampo: “Es indudable que la presencia del escritor entrega mucho más de lo que pueden entregar sus libros”. Testigo de esa entrega, este texto quisiera ocuparse de reseñar lo que fueron las visitas de Jorge Luis Borges a Colombia en 1963 y 1978, algunas fotografías, sus paradas, sus palabras y sus gestos mientras permaneció en estas tierras.

En 1963, la Universidad de los Andes le concedió el doctorado Honoris Causa a Jorge Luis Borges, quien para entonces ya era un hombre ciego. Álvaro Castaño Castillo, quien afirmó “nunca haber tomado una entrevista a pesar de ser director de la HJCK” habló con Borges ese año, en las para entonces muy recientes salas de grabación de los almacenes Daro, en la Calle 23 con Carrera Séptima.

“Hace quince años, en una mañana soleada, la emisora HJCK inauguraba sus transmisores. En esa época un grupo de intelectuales, de poetas, de escritores, de cantantes, de artistas, se habían reunido allí para festejar este acontecimiento. De pronto llegó, erguido, acompañado de Leonor Acevedo, Jorge Luis Borges. Leonor, su madre, iba adelante guiándolo. Allí se entabló el primer diálogo de Borges con Daniel Arango, con Ramón de Zubiría, con Eduardo Carranza. Allí lo conocí yo entonces. Lo vi por primera vez. Tuve, naturalmente, ese destello que deja él siempre, cuando habla con alguien”.

Gloria Valencia de Castaño



Quince años más tarde, durante los días 18, 19 y 20 de Noviembre de 1978, Borges estuvo en Medellín y Cartagena de Indias, en visita auspiciada por la Alcaldía de la capital antioqueña. También regresó a Bogotá. En este viaje, lo guiaba el brazo de María Kodama. Esa segunda visita tuvo, al parecer, recibimientos mucho menos silenciosos que los de la primera, como menciona Juan Gustavo Cobo Borda en la introducción de su libro ‘Borges Enamorado’


“Pude así recibir a Jorge Luis Borges en la Biblioteca Nacional de Colombia en una noche feliz en que los jóvenes impacientes rompieron las grandes puertas de madera que dan a la calle 24 y detuvieron mudos su atropellado tropel ante la airosa figura del poeta ciego. Del hacedor por excelencia”.

 Tanto Borges como su obra se habían convertido en un acontecimiento irrepetible. Su sola presencia podía llenar teatros en Bogotá, en Múnich, en Buenos Aires o en Oxford. El libro ‘Borges: Memoria de un gesto’, editado por el Instituto Tecnológico Metropolitano, es quizá el documento más completo sobre la visita de Borges en 1978. A través de ese libro puede saberse que Borges era un excelente nadador, que no gustaba del fútbol, que sabía de memoria el ‘Nocturno’, de José Asunción Silva; que seguía comprando libros a pesar de ser ciego, que jamás volvió al cine por la tristeza de no poder ver lo que sucedía en la pantalla o  que al subir a un avión le daba siempre tres golpes a su asiento antes de despegar.



Jairo Osorio Gómez y Carlos Bueno Osorio, principales colaboradores de ese libro, tendrían menos de 25 años cuando acompañaron a Borges en sus tres días por Colombia. Cuando Borges murió, ocho años después, un periódico local pidió a Osorio Gómez escribir algo respecto a su encuentro con él, pero Gómez no pudo. “Seguía sin entender lo ocurrido. A los veinte años no se puede ser inteligente. A lo sumo, temerario.  Encontrarme con Borges a esa edad fue un desperdicio”.

En Colombia, Borges habló con varios cronistas sobre “ese gran escritor que es García Márquez”, sobre lo mucho que lo había conmovido ‘María’, de Jorge Isaacs, sobre las razones por las que tan pocas mujeres aparecen en su obra, sobre el Nobel que jamás recibió, sobre las vanguardias, sobre tangos, sobre milongas y con Gloria Valencia de Castaño, esa gran mujer, sobre su infancia, en una hermosa entrevista de media hora, de la cual sólo hay siete minutos disponibles en internet. [Vea a continuación la entrevista]

— Usted declaró recientemente, Borges, que aceptaría con avidez el premio Nobel, ¿por qué lo dijo?

— Siempre he dicho eso, pero en Suecia aún no me han otorgado el Premio. Sin duda tienen razón. Sería lindísimo recibirlo, pero otorgármelo sería romper la tradición de no ganármelo el año que viene. Lo han prometido tantas veces que el jurado en Estocolmo debe creer que ya me lo dio. Los premios literarios tienen una gran ventaja: si uno los recibe se siente muy contento; si no, no ha pasado nada.

— Borges, usted en alguna forma fue vanguardista hace muchos años…

— ¡Y qué vamos a hacer! Todo el mundo es vanguardista. Todos empezamos por ser escritores geniales. Luego, volvemos a la cordura.

 En 1975, Borges publicó ‘Ulrica’, un cuento que se incluiría más adelante en ‘El Libro de Arena’. Su protagonista, Javier Otálora, es un colombiano. En algún momento de la historia, que tiene escenario en Inglaterra, Otálora se cruza con una mujer y sucede el siguiente diálogo.

“Nos presentaron. Le dije que era profesor en la Universidad de los Andes en Bogotá. Aclaré que era colombiano.

 Me preguntó de un modo pensativo:

-¿Qué es ser colombiano?

-No sé -le respondí-. Es un acto de fe.

-Como ser noruega -asintió”.

Alguien anotó que Borges prefería perder a un amigo, que no fuera Bioy Casares, por elaborar una fina ironía. Para él, la patria siempre fue un concepto vago y perjudicial. Algo entrañable y visceral, pero también prescindible. A eso responde ese “acto de fe”. A pesar de añorar el Sur de Buenos Aires o las calles empinadas de Ginebra, Borges fue un ciudadano del mundo, un ser sin fronteras, sin cercos, sin límites. De ahí que haya dicho “Siempre he pensado que tengo varias patrias… Ahora Medellín va a ser una

La universalidad de Borges y todo su ingenio quedaron, de alguna manera, atados a sus episodios en Colombia. A las rutas que siguió y a los lugares que fue inmortalizando con su presencia. Eso es algo que es posible agradecer. Agradecer a Borges por su obra y por haber sido siempre Borges. En palabras de José Marduk Sánchez, agradecer, profunda y realmente, “el gesto de haberse llegado hasta nosotros, de permanecer para siempre en nosotros”.

En Medellín, le fueron concedidas las llaves de la ciudad. Para los lectores de esta nota, extraigo del libro ‘Borges: Memoria de un gesto’ el discurso de entrega de Jorge Valencia Jaramillo, Alcalde de Medellín para entonces, y las respectivas palabras de Borges, en agradecimiento.


Palabras de Jorge Valencia Jaramillo, Alcalde de Medellín en 1978, en la ceremonia de entrega de las llaves de la ciudad a Jorge Luis Borges

“Es casi imposible no decir algo que no sea un lugar común a propósito de Jorge Luis Borges. Y si esa es la realidad poco vale agregar o repetir a lo que se sabe o a lo que los oídos de Borges -seguramente hastiados-, han debido escuchar tantas veces. No voy pues a intentar, con gran esfuerzo, la construcción de un castillo de palabras para que con el más leve toque de una sonrisa escéptica se venga de bruces. Para qué añadir cosas así a ese montón de inutilidades que suelen ser los actos públicos y las efímeras palabras que en ellos se pronuncian.

Debo, no obstante, estirar mis balbuceos por un minuto más para buscar la manera de que Borges sienta que la entrega que le hago de estas llaves no es para mi un acto rutinario, o el cumplimiento de una ceremonia oficial, cumplida la cual pasaré a la siguiente, como si nada hubiese sucedido. No. Muy por el contrario. Lo que ahora siento es una profunda emoción al poder realizar uno de mis sueños: decirle a Borges que él supo llegar al fondo de mí u que allí quedó grabado para siempre. Para un escritor qué mejor comprobar que lo que ha pensado es ya parte de otros, pues si bien uno escribe principalmente para deshacerse de sus pesadillas y de los fantasmas del pasado, el que adicionalmente se llegue a los demás debería ser doble causa de contento.

Borges en su silencio sentirá quizás que ya poco le importa lo que pasa a su lado. Y todo el barullo que se forma cuando avanza con el paso lento y la mirada interior. Cada ser debiera, después de ver los horrores de este mundo, perder los ojos para reencontrarse y rumiar lentamente el silencio que seguirá a la nada. Pero no, nos aferramos a lo externo como si en ello se nos fuera la vida sin percatarnos de que, evidentemente, se nos fue la vida y un triste final nos indicará que no era posible volver a comenzar.

Borges, sabio al fin y al cabo, empezó pronto, y por eso recibe ahora ‘honores que de seguro lo tendrán sin el menor cuidado’. Un tanto como quien oye llover sobre el tejado mientras corre la brisa. Honores que van y vienen. Somos conscientes, entonces, de nuestro papel y no vamos a prolongarlo artificiosamente. Sólo una inclinación reverente, emocionada y respetuosa, para entregar estas llaves a Jorge Luis Borges y decirle, casi al oído, que muchas gracias por haber venido a nuestra ciudad y por habernos permitido honrar a un poeta que simboliza hoy a los escritores de todos los rincones. El poeta ciego es la imagen más bella que Borges podría habernos legado. Ella nos acompañará interminablemente, y al unísono con nuestra memoria, irá diciendo: “Ya no seré feliz, tal vez no importa/Hay tantas otras cosas en el mundo”.

Palabras de Jorge Luis Borges al recibir las llaves de la ciudad de Medellín

Señoras y señores:

Yo diría que el Universo es continuamente optimista, grandioso, pero ese misterio es sensible en ciertas cosas, sobre todo en unas llaves.

Desde que yo era chico me fue mal con las llaves. Pensar que un trozo de metal podía franquear la entrada de un gran edificio… Yo diría que estas llaves, el hecho mismo de una llave, es algo que nos hace sentir lo misterioso del mundo. Podría decirse de otras cosas, de la escritura, por ejemplo. También de la palabra. Yo acabo de tener ese sentimiento al oír las hermosas palabras del señor Alcalde y lo que está detrás de las palabras y…, ahora, ¡qué otra cosa puedo decir!

Estoy muy conmovido. Me entregan estas llaves que no abren ninguna puerta, o mejor dicho, que abren todas las puertas ya que no abren ninguna, y que para mí será el símbolo de la nostalgia que yo siento, porque de algún modo yo estoy en Buenos Aires y estoy añorando esta tarde en que estoy con ustedes, en que me siento en tierra de Colombia; en donde me siento rodeado por la cóncava hospitalidad y generosidad de todos ustedes. Muchas gracias, digo esto a cada uno de ustedes, no a todos, a cada uno de ustedes, singularmente.

No puedo hablar… Estoy muy conmovido… Discúlpenme.

Fuente : El Espectador.com  – Colombia

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