lunes, 2 de noviembre de 2015

El editor en su laberinto




 
Franco María Ricci ha levantado en Italia el mayor dédalo vegetal del mundo en memoria de su amigo Jorge Luis Borges

BORJA OLAIZOLA

Franco María Ricci (Parma, 1937) es un hombre polifacético. Diseñador descendiente de un linaje de aristócratas, fue geólogo y piloto de automovilismo en su juventud, tiene una fabulosa colección de arte y es un consumado esteta. Pero lo que le catapultó a la popularidad fue su faceta de editor de la más exquisita revista de arte que haya visto nunca la luz, FMR. La publicación, que hacía un juego en su título con las iniciales de su promotor y su significado cuando se deletreaban en francés -ephémerè (efímero)-, nació en 1982 en Italia y un año después era presentada en Nueva York de la mano de Jackie Kennedy.

Franco María Ricci es un mito en el mundo editorial por su osadía a la hora de llevar adelante sus proyectos. Tachado de quijotesco por sus colegas, se ha embarcado en aventuras como editar todos los volúmenes de la Enciclopedia de Diderot y d’ Alembert. Su seña de identidad es una camelia en el ojal.

El laberinto vegetal que ha levantado arropa un edificio que acoge parte de su espectacular colección de arte. Hay también ejemplares de algunas de las joyas que publicó antes de tener que desprenderse de su editorial.

FMR era al papel lo que un vestido de Balenciaga a la moda, alta costura en un formato que respiraba exclusividad. El editor se rodeó de un equipo de colaboradores único: Federico Fellini, José Saramago, Umberto Eco, Italo Calvino, Leonardo Sciascia, Julio Cortázar... La publicación, con ediciones también en inglés, francés, castellano y alemán, llegó a tener 125.000 suscriptores que recibían con periodicidad bimensual un solemne embalaje negro cubierto de tréboles grises que encerraba en su interior la revista.

A la par que se encargaba de la publicación, Ricci desarrollaba una tarea editorial en el mundo del libro que le llevó a embarcarse en iniciativas como la reproducción de los 18 volúmenes de la Enciclopedia de Diderot y d’Alembert, una empresa titánica que consumió buena parte de sus energías y también de sus fondos. El editor aprovechó además su amistad con Jorge Luis Borges, uno de sus colaboradores más cercanos, para ponerle al frente de otro de sus proyectos, la Biblioteca de Babel, una colección de treinta tomos de literatura fantástica seleccionados y prologados por el propio escritor argentino.

Tras desprenderse en 2002 de la revista y la editorial porque no había forma de que cuadrasen las cuentas, Ricci se embarcó en otra aventura que parecía aún más quijotesca: levantar cerca de su ciudad natal el mayor laberinto vegetal del mundo. El proyecto tenía mucho que ver con su amigo Borges, fascinado siempre por el significado y la simbología de los laberintos. El hasta entonces editor acondicionó unos terrenos en Fontanellato, cerca de Parma, y se dispuso a hacer realidad el sueño que había concebido de la mano del autor de ‘El Aleph’.

Diez años le ha llevado sacar adelante el Laberinto de la Masone, que es como ha bautizado la empresa. Se trata de un parque cultural que busca atraer al público a su fundación. El edificio de ladrillo que surge en medio de la construcción vegetal acoge un museo que exhibe una colección de quinientas piezas de arte datadas entre los siglos XVI al XX, además de una biblioteca especializada en tipografía y diseño gráfico. Pero lo que dota de sentido al proyecto es el propio laberinto, que se extiende sobre una superficie de ocho hectáreas y contiene tres kilómetros de recorridos. Su perímetro recrea una estrella de ocho puntas formada por cuadrados vegetales que se interconectan y se cierran.

Los laberintos vegetales suelen estar hechos con especies como el boj o el tejo, que a su ventaja de ser perennes unen la de tener un follaje muy tupido. Ricci, que siempre ha seguido su propio camino, se ha desmarcado también en este terreno de las tendencias de la jardinería clásica y ha optado por el bambú, una planta que ofrece la ventaja de tener un crecimiento más rápido. La velocidad a la que se desarrolla es precisamente la principal responsable de que el laberinto haya podido abrirse al público solo diez años después de haber sido concebido.

El dédalo está formado por 200.000 plantas de varias especies de bambú, algunas de gran envergadura para los pasadizos y otras tan diminutas que se confunden con el césped. El editor se muestra entusiasmado con el bambú, que descubrió gracias a un jardinero japonés al que conoció en Milán. "Es una planta magnífica y muy generosa que además ‘habla’ cuando cimbrea ante las ráfagas de viento". Tan convencido está de sus virtudes que se propone encabezar una suerte de cruzada ante las autoridades transalpinas para colocar ‘paredes’ de bambú que camuflen los edificios y pabellones industriales que afean muchas comarcas del norte de Italia. "Sería una forma barata y rápida de mejorar la estética de nuestro entorno".

Fuente : Las Provincias

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